Esa
noche sería mi noche, el máximo desvelo en honor a los otros muchos
que me costó llegar hasta ahí, una nueva forma de festejar gracias
a la casi prematura muerte que el alcohol me hizo sufrir. Esa noche
era para reír y bailar y sobre todo para gozar (sin alcohol,
evidentemente).
Me
propuse previamente ser la persona más fuerte de aquella noche,
porque mientras los otros graduados sólo tenían motivos para
festejar yo tenía motivos de sobra para llorar, una familia de tres
personas, incluyéndome a mi, era bastante deprimente y hubieran
visto el baile padre/hija, más forzado que con ganas el esposo de mi
mamá me hizo el grandísimo honor de bailar conmigo y yo... yo
seguía sonriendo. Cuando llegó la hora de bailar de verdad, nadie
me sacó de la pista, ni el calor infernal, ni el dolor de pies y
mucho menos Alex que en toda la noche me había dirigido contadas 10
palabras, obviamente no planeaba que hiciera más que eso, después
de todo ella estaba ahí, su razón de sonreír se veía bella y Alex
no tenía necesidad alguna de bailar con alguien más que no fuera
ella. La música y las luces ayudaban un poco pero una vez fuera del
salón el panorama se puso un poco más obscuro.
Ahí
estaba yo, sobria, en una casa enorme de una de las mejores zonas del
lugar, con alcohol suficiente para nadar en él era de esperarse a
más de un dormido por los suelos. Escuchaba la música lejana y
antes de que me diera cuenta ya estaba sentada en una banca
escuchando a un pobre muchacho más conflictuado que yo:
-Gimnasio.......
vida.... mamá...... suicidio....... adoptado...... loco..... imbécil
Es
así literalmente como lo escuchaba, sus palabras eran tan rebuscadas
que no tenían más sentido que el que acabo de describir y yo seguía
ahí.
Mis
pensamientos gritaban tan alto que entendía cada vez menos lo que él
decía, esa era una de las situaciones más raras en las que había
estado y definitivamente no era así como planeaba mi noche pero no
había nada adentro de la casa que fuera mejor que la banca y el
chico con problemas.
Llegó
el amanecer y probablemente llevaba un par de horas sin decir una
palabra pero a él parecía no importarle yo necesitaba no ver a Alex
con ella y él necesitaba alguien que lo escuchara o al menos
fingiera hacerlo.
No
me quejo, tampoco lo presumo, fue una noche fuera de lo común y la
única conclusión a la que llegué es que lo que sigue no puede ser
peor que lo que ya pasó.
Le
deseo suerte a la mandarina del futuro y confío en que sabrá como
hacer de sus noches algo mejor que nuestra noche de graduación. Sólo hay que recordar que las cosas no son nunca como las mandarinas las esperan.
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